13/5/07

El sanador

En una noche fria como esta noche, un niño (puber para ser más preciso) no podía dormir porque le "silbaba" el pecho (broncoespasmos, diré, siguiendo con una política de la precisión). Desde hacía varios años, padecía este tipo de síntoma y (recomendación médica mediante) el vapor, las nebulizaciones, alguna que otra medicación y sobre todo, varios días de paciencia, eran los medios para sacarlo de ese lamentable estado. Su madre (esa santa madre!) era quien siempre lo allevaba al doctor, muy abrigado, muy envuelto en mantas y caricias. Pero esa noche sucedió algo diferente. No necesitó los jarabes de mamá, ni nebulizadores. Se levantó de la cama, fue hasta la cocina y se preparó un té. Sí, un té, sin limón, sin miel, sin licor. Un simple té (Taragüí, probablemente). Preparó ese té con la iracional convicción de que luego de beberlo se sentiría mejor. Y adivinen qué pasó. Tal cual! Se empezó a sentir mejor, el pecho dejó de silbar y al día siguiente estaba bien. Era otro. Era él.

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